EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Encarnación de los espíritus

17. El espiritismo nos enseña de qué manera se produce la unión del Espíritu con el cuerpo, en la encarnación.


Por su esencia espiritual, el Espíritu es un ser indefinido, abstracto, que no puede ejercer una acción directa sobre la materia, sino que precisa un intermediario. Ese intermediario es la envoltura fluídica, que en cierto modo es parte integrante del Espíritu. Se trata de una envoltura semimaterial, es decir, que pertenece a la materia por su origen y a la espiritualidad por su naturaleza etérea. Como toda la materia, es extraída del fluido cósmico universal, el cual en esa circunstancia experimenta una modificación especial. Esa envoltura, denominada periespíritu, hace de un ser abstracto, el Espíritu, un ser concreto, definido, que puede ser aprehendido mediante el pensamiento. Lo vuelve apto para actuar sobre la materia tangible, conforme sucede con todos los fluidos imponderables, que son, como se sabe, los más poderosos motores.


El fluido periespiritual constituye, por consiguiente, el lazo de unión entre el Espíritu y la materia. Durante su unión con el cuerpo sirve de vehículo al pensamiento del Espíritu, para transmitir el movimiento a las diferentes partes del organismo, las cuales actúan por impulso de la voluntad, y para hacer que repercutan en el Espíritu las sensaciones producidas por los agentes exteriores. Los nervios son sus hilos conductores, como en el telégrafo el fluido eléctrico tiene como conductor al hilo metálico.


18. Cuando un Espíritu debe encarnar en un cuerpo humano en vías de formación, un lazo fluídico, que no es más que una expansión de su periespíritu, lo vincula al embrión que lo atrae con una fuerza irresistible desde el momento de la concepción. A medida que el embrión se desarrolla, el lazo se acorta. Bajo la influencia del principio vital material del embrión, el periespíritu, que posee ciertas propiedades de la materia, se une molécula a molécula al cuerpo que se forma. Por eso es posible decir que el Espíritu, por intermedio de su periespíritu, se enraíza en cierto modo en ese germen, como lo hace una planta en la tierra. Cuando el embrión llega a la plenitud de su desarrollo, la unión es completa, y entonces nace a la vida exterior.


Por un efecto contrario, esa unión del periespíritu y de la materia carnal, que se efectúa bajo la influencia del principio vital del embrión, cesa cuando ese principio deja de actuar, a consecuencia de la desorganización del cuerpo. La unión, mantenida hasta ese momento por una fuerza actuante, cesa en el momento en que esa fuerza deja de actuar. Entonces, el periespíritu se desprende, molécula a molécula, del mismo modo que se había unido, y el Espíritu es devuelto a la libertad. Por lo tanto, no es la partida del Espíritu la que causa la muerte del cuerpo, sino que esta es la que causa la partida de aquel.


Dado que un instante después de la muerte la integridad del Espíritu es completa, y que sus facultades adquieren incluso un mayor poder de penetración, mientras que el principio de vida se ha extinguido en el cuerpo, queda demostrado sin ninguna duda que el principio vital y el principio espiritual son dos cosas distintas.


19. El espiritismo nos enseña, mediante los hechos cuya observación nos facilita, los fenómenos que acompañan a esa separación. Algunas veces esta es rápida, sencilla, delicada e indolora, mientras que en otras es lenta, laboriosa y terriblemente penosa, de conformidad con el estado moral del Espíritu, y puede durar meses enteros.


20. Un fenómeno particular, que también muestra la observación, acompaña siempre a la encarnación del Espíritu. Desde que este es atrapado a través del lazo fluídico que lo liga al embrión, entra en un estado de turbación que aumenta a medida que el lazo se ajusta, y en los últimos momentos el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo, de modo que jamás presencia su nacimiento. Cuando el niño respira, el Espíritu comienza a recobrar sus facultades, que se desarrollan a medida que se forman y consolidan los órganos que habrán de servirle para su manifestación.


21. Con todo, al mismo tiempo que el Espíritu recobra la conciencia de sí mismo, pierde el recuerdo de su pasado, aunque no pierde las facultades, las cualidades ni las aptitudes adquiridas con anterioridad, que habían quedado transitoriamente en estado latente y que, al volver a la actividad, lo ayudarán a desenvolverse más y mejor que antes. Renace tal como había llegado a ser mediante su trabajo anterior; su renacimiento constituye un nuevo punto de partida, un nuevo peldaño que subir. Incluso allí se manifiesta la bondad del Creador, dado que el recuerdo del pasado, con frecuencia penoso y humillante, sumado a la angustia de una nueva existencia, podría perturbarlo y crearle impedimentos. Sólo recuerda lo que ha aprendido, porque eso le es útil. Si en ocasiones conserva una vaga intuición de los acontecimientos pasados, esa intuición es como el recuerdo de un sueño fugitivo. Se trata, por consiguiente, de un hombre nuevo, por más antiguo que sea su Espíritu. Adopta nuevos hábitos con la ayuda de sus conquistas anteriores. Cuando regresa a la vida espiritual, su pasado se despliega ante su mirada, y entonces evalúa si ha empleado bien o mal su tiempo.


22. Así pues, no hay solución de continuidad en la vida espiritual, a pesar del olvido del pasado. El Espíritu es siempre él mismo, antes, durante y después de la encarnación, pues esta es sólo una fase especial de su existencia. El olvido únicamente se produce en el transcurso de la vida exterior de relación, ya que durante el sueño el Espíritu se desprende parcialmente de los lazos carnales, es restituido a la libertad y a la vida espiritual, y recuerda entonces su pasado. Su visión espiritual no está tan oscurecida por la materia.



23. Si se considera a la humanidad en el grado más bajo de la escala intelectual, tal como se encuentra entre los salvajes más atrasados, cabe la pregunta sobre si es ese el punto de partida del alma humana.


Según la opinión de algunos filósofos espiritualistas, el principio inteligente, distinto del principio material, se individualiza y elabora al pasar por los diversos grados de la animalidad. Es ahí que el alma se ensaya para la vida y desarrolla sus primeras facultades mediante la ejercitación; sería, por así decirlo, su período de incubación. Llegada al grado de desarrollo que ese estado permite, recibe las facultades especiales que constituyen el alma humana. Existiría entonces una filiación espiritual entre el animal y el hombre, del mismo modo que existe una filiación corporal.


Es preciso convenir en que este sistema, basado en la gran ley de unidad que rige la Creación, está en correspondencia con la justicia y la bondad del Creador; otorga una salida, una finalidad, un destino a los animales, que ya no son seres desheredados, sino que en el porvenir que les está reservado encuentran una compensación para sus padecimientos. Lo que constituye al hombre espiritual no es su origen, sino los atributos especiales de los que está dotado cuando ingresa en la humanidad, atributos que lo transforman y hacen de él un ser distinto, así como el fruto sabroso es diferente de la raíz amarga que le dio origen. Por el hecho de que haya pasado por la experiencia de la animalidad, el hombre no es menos hombre; ya no es animal, como el fruto no es la raíz, o como el sabio no es el feto informe que lo instaló en el mundo.


No obstante, este sistema plantea numerosas cuestiones, cuyos pros y contras no es oportuno discutir aquí, del mismo modo que no se justifica el análisis de las diferentes hipótesis que se han enunciado en relación con este asunto. Por consiguiente, sin que investiguemos el origen del alma, ni que tratemos de conocer las experiencias por las cuales pudo haber pasado, la consideramos a partir de su ingreso en la humanidad, en el punto en que, dotada de sentido moral y de libre albedrío, comienza a ejercer la responsabilidad de sus actos.


24. La obligación que tiene el Espíritu encarnado de ocuparse del alimento del cuerpo, su seguridad y su bienestar, lo impulsa a emplear sus facultades en investigaciones, a ejercitarlas y desarrollarlas. De ese modo, su unión con la materia es de utilidad para su adelanto, y por eso la encarnación es una necesidad. Además, a través de la actividad inteligente que realiza para su beneficio sobre la materia, contribuye a la transformación y al progreso material del globo en el que habita. Así, a medida que progresa, colabora con la obra del Creador, de la cual se convierte en un agente inconsciente.


25. Sin embargo, la encarnación del Espíritu no es constante ni perpetua, sino transitoria. Cuando abandona un cuerpo no retoma otro inmediatamente. Durante un lapso de tiempo más o menos considerable vive la vida espiritual, que es su vida normal, de tal modo que el tiempo que duran sus diferentes encarnaciones resulta insignificante comparado con el que pasa en estado de Espíritu libre.


En el intervalo entre sus encarnaciones, el Espíritu también progresa, en el sentido de que aplica para su adelanto los conocimientos y la experiencia que obtuvo durante la vida corporal; analiza lo que hizo mientras vivió en la Tierra, pasa revista a lo que ha aprendido, reconoce sus faltas, elabora planes y toma resoluciones mediante las cuales pretende guiarse en una nueva existencia, con la intención de obrar mejor. De ese modo, cada existencia representa un paso hacia adelante en el camino del progreso, una especie de escuela de aplicación.


26. Por lo general, la encarnación no es un castigo para el Espíritu, según piensan algunos, sino una condición inherente a la inferioridad del Espíritu, así como también un medio para que progrese. (Véase El Cielo y el Infierno, Primera parte, Capítulo III, § 8 y siguientes.)



A medida que progresa moralmente, el Espíritu se desmaterializa, es decir, se depura al liberarse de la influencia de la materia; su vida se espiritualiza, sus facultades y percepciones se amplían; su felicidad es proporcional al progreso realizado. No obstante, como actúa en virtud de su libre albedrío, puede por negligencia o mala voluntad retardar su adelanto; prolonga, por consiguiente, la duración de sus encarnaciones materiales, que entonces se convertirán en un castigo, dado que por sus faltas permanece en las categorías inferiores, obligado a recomenzar la misma tarea. Así pues, del Espíritu depende abreviar, por medio del trabajo de purificación realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones.


27. El progreso material de un globo acompaña el progreso moral de sus habitantes. Ahora bien, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y como estos progresan más o menos rápidamente, conforme al empleo que hagan de su libre albedrío, resulta de ahí que hay mundos más o menos antiguos, con grados diferentes de adelanto físico y moral, en los cuales la encarnación es más o menos material y, por consiguiente, el trabajo para los Espíritus es menos arduo. Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los globos menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es en él más penosa que en otros planetas. También los hay más atrasados, donde la existencia es todavía más penosa que en la Tierra, y en comparación con los cuales ésta sería un mundo relativamente feliz.


28. Después de que los Espíritus han realizado la totalidad del progreso que el estado de ese mundo permite, lo abandonan para encarnar en otro más adelantado, donde puedan adquirir nuevos conocimientos, y así sucesivamente, hasta que ya no les resulte provechosa la encarnación en cuerpos materiales. Entonces pasan a vivir con exclusividad la vida espiritual, en la que continúan su progreso en otro sentido y por otros medios. Cuando alcanzan el punto culminante del progreso, gozan de la suprema felicidad. Admitidos en los consejos del Todopoderoso, conocen su pensamiento, se convierten en sus mensajeros, sus ministros directos en el gobierno de los mundos, y tienen bajo sus órdenes a Espíritus de todos los grados de adelanto.


De esa manera, sea cual fuere el grado en que se encuentren en la jerarquía espiritual, desde el más bajo al más elevado, todos los Espíritus, encarnados o desencarnados, tienen sus atribuciones en el gran mecanismo del universo; todos son útiles al conjunto, y al mismo tiempo a sí mismos. A los menos adelantados, como simples servidores, les corresponde el desempeño de una tarea material, que al principio es inconsciente y después se torna cada vez más inteligente. En el mundo espiritual existe actividad en todas partes, y en ningún lado hay ociosidad improductiva.


La colectividad de los Espíritus constituye, en cierto modo, el alma del universo. El elemento espiritual actúa en todo, por el influjo del pensamiento divino. Sin ese elemento sólo existe la materia inerte, carente de finalidad, sin inteligencia, sin otro motor que las fuerzas materiales que dejan una infinidad de problemas sin resolver. Con la acción del elemento espiritual individualizado, todo tiene una finalidad, una razón de ser, y todo se explica. Por esa razón, sin la espiritualidad el hombre tropieza con dificultades insuperables.


29. Cuando la Tierra se encontró en condiciones climáticas apropiadas para la existencia de la especie humana, encarnaron en ella Espíritus humanos. ¿De dónde provenían? Ya sea que hayan sido creados en ese momento, o que hayan llegado completamente formados del espacio, de otros mundos, o de la Tierra misma, su presencia en este planeta a partir de una cierta época es un hecho, pues antes de ellos sólo había animales. Se revistieron con cuerpos adecuados a sus necesidades especiales, a sus aptitudes, y fisioló- gicamente formaban parte de la animalidad. Bajo la influencia de esos Espíritus, y por medio del ejercicio de sus facultades, esos cuerpos se modificaron y se perfeccionaron: eso es lo que la observación demuestra. Dejemos, pues, de lado la cuestión del origen, por el momento insoluble; tomemos al Espíritu, no en su punto de partida, sino en el momento en que, al manifestarse en él los primeros embriones del libre albedrío y del sentido moral, lo vemos desempeñar su rol humano, sin que nos inquiete el medio donde haya transcurrido el período de su infancia o, si se prefieren, de su incubación. A pesar de la analogía entre su envoltura y la de los animales, podremos diferenciarlo de estos últimos por las facultades intelectuales y morales que lo caracterizan, así como debajo de las mismas burdas vestimentas distinguimos al hombre rústico del hombre refinado.


30. Aunque los primeros que surgieron debieron de ser poco adelantados, por la razón misma de que tenían que encarnar en cuerpos muy imperfectos, habría por cierto notorias diferencias entre sus caracteres y aptitudes. Los Espíritus que se asemejaban se agruparon naturalmente por analogía y simpatía. Así, la Tierra se encontró poblada por Espíritus de diversas categorías, más o menos aptos o rebeldes al progreso. Puesto que los cuerpos recibían la impresión del carácter del Espíritu, y dado que esos cuerpos se procreaban de conformidad con sus respectivos tipos, resultaron de ahí diferentes razas, tanto en lo físico como en lo moral (Véase el § 11). Al continuar encarnando preferentemente entre los que se les asemejaban, los Espíritus similares perpetuaron el carácter distintivo físico y moral de las razas y de los pueblos, carácter que sólo con el tiempo desaparece, mediante su fusión y el progreso de los Espíritus. (Véase la Revista Espírita, julio de 1860: “Frenología y fisiognomía”.)


31. Los Espíritus que vinieron a poblar la Tierra pueden ser comparados con esos grupos de emigrantes de orígenes diversos, que van a establecerse en una tierra virgen. Allí encuentran madera y piedra para levantar sus viviendas, a las que cada uno les imprime su sello especial, de acuerdo con el grado de su saber y con su genio particular. Se agrupan entonces por analogía de orígenes y de gustos, y los grupos acaban por formar tribus, después pueblos, cada cual con costumbres y características propias.


32. Por consiguiente, el progreso no fue uniforme en toda la especie humana. Como era natural, las razas más inteligentes se adelantaron a las otras, incluso sin tomar en cuenta que muchos Espíritus, recién nacidos a la vida espiritual, vinieron a encarnar en la Tierra entre los primeros que llegaron, e hicieron más evidente la diferencia en materia de progreso. En efecto, sería imposible atribuir la misma antigüedad de creación a los salvajes –que apenas se distinguen del mono– y a los chinos, y menos aún a los europeos civilizados.


Con todo, los Espíritus de los salvajes también forman parte de la humanidad, y un día alcanzarán el nivel en que se encuentran sus hermanos mayores, pero sin duda no será en cuerpos de la misma raza física, impropios para un cierto desarrollo intelectual y moral. Cuando el instrumento ya no esté en correspondencia con su desarrollo, los Espíritus emigrarán de ese medio para encarnar en un grado superior, y así sucesivamente, hasta que hayan conquistado todas las graduaciones terrestres. Después de eso dejarán la Tierra, para pasar a mundos cada vez más adelantados. (Véase la Revista Espírita, abril de 1862: “Perfectibilidad de la raza negra”.)